El mito de carneagustintonini29 oct 20141 Min. de lecturaSólo él ha de ser guerrero con ese mal de sus males; su sangre que no coagula y se afana en escaparse. Pero este General Güemes, acaso porque es tan frágil, sólo anda toreando lanzas o galopando espinares. Cuando pasa el General, dan su alerta los zorzales, para que escondan sus uñas los cactus y los chaguares. Y como si comprendiera que derribarlo es tan fácil, el fusil que le hace fuego se ruboriza cuando arde. Acuñó ya este milagro el hierro de cien combates, desde Humahuaca a Tupiza y desde Salta hasta Yavi. Ribeteada de aventura, siempre ya por derramarse, esta sangre ha detenido siete invasiones reales. En el retorno hogareño lo abraza su amada Garmen, para quien fuera la ausencia una púrpura constante. Mientras que Macacha Güemes, orillando el mismo trance, piensa acaso que el peligro le saca brillo al coraje. Este Güemes no es Aquiles, en cuyo cuerpo los sables hallaban campo de bronce para cultivar corales. Este Capitán del cerro, de la maraña y el valle, suele entrar a las batallas con escudo de cristales. El semidiós orgulloso de un talón ha de cuidarse; Güemes siente la embriaguez de ser todo vulnerable. Si aquél es carne de mito, él es un mito de carne
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